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martes, 25 de febrero de 2014

Octubre (1927), de Sergei M. Eisenstein.

Octubre (1927), de Sergei M. Eisenstein.




Octubre (1927). Metraje-duración: 3.800 m., 2 h 20’, reducidos a 2.180 m., 1h 15’. Dirección: Sergei M. Eisenstein. Correalizador: Gregori Alexandrov. Producción: Proletkult. Guión: Sergei M. Eisenstein, sobre argumento de John Reed (Diez días que conmovieron al mundo, título con el que se exhibió en el extranjero). Montaje: S. M. Eisentein. Fotografía: Eduard Tissé. Decorado: Vasily Kovrigin. Música: Shostakovich. Reparto: Vassili Nikandrov (un obrero), Nikolai Popov (Kerenski), Boris Livanov (el ministro Terescenko), Eduard Tissé (un alemán).

ARGUMENTO:
Es el heroico año 1917. Febrero, el fin de la autocracia. El hambre, la miseria y las terribles derrotas y pérdidas humanas de la I Guerra Mundial han hundido el zarismo. Se derriba de su pedestal la estatua del zar Alejandro III, símbolo del poder zarista, pero la burguesía se apodera del gobierno, mientras que los sacerdotes anuncian y bendicen por «largos años» al gobierno provisional. En el frente, los soldados rusos y alemanes fraternizan, esperanzados en lograr la paz.
Pero los kadetes, mencheviques y los social-revolucionarios traicionan al pueblo: han jurado a los aliados continuar la guerra hasta la victoria final.
Mientras en Petersburgo aumenta el frío y el hambre, en un mitin en la estación de Finlandia, a su regreso del exilio suizo, Lenin lanza su mensaje revolucionario de paz, la tierra para los campesinos y colectivización de la industria.

En las jornadas de julio comienzan los mítines en el cuartel general del partido bolchevique (el palacio Smolny, de la bailarina Ksenskaja), con obreros, soldados y marineros, que pronto pasan a las manifestaciones.
Los cadetes de la Escuela Militar matan a los hombres desarmados. Por orden del Gobierno Provisional los puentes se elevan, aislando a los barrios obreros. La famosa escena del puente levadizo muestra los cadáveres de una muchacha y un caballo cayendo al agua. La redacción del diario “Pravda” es destruida y sus páginas lanzadas al río Neva, sirviendo la sangre derramada para fertilizar y multiplicar las filas de la revolución.
Los bolcheviques se retiran a la clandestinidad. Kerenski, ídolo de la burguesía contrarrevolucionaria sube las escaleras del Palacio de Invierno y, parándose frente al busto de Napoleón, imita la pose del gran conquistador.
El proletariado de Petersburgo se prepara a la defensa de la ciudad contra el ejército de Kornilov que se aproxima. Los obreros se arman. La aventura de Kornilov es derrotada por los obreros revolucionarios que confraternizan con los cosacos que atacaban la ciudad.
Los grandes días de octubre llegan. Los grupos de insurgentes se dirigen desde el Palacio Smolny al Palacio de Invierno y comienzan el ataque al último bastión de la burguesía, guardado por los cosacos, los cadetes y el batallón femenino (llamado el batallón de la muerte).
Al mismo tiempo, se abre el Segundo Congreso de los Soviets. Los delegados llegan desde todos los lugares. Mientras, cunde el desconcierto de los ministros del Gobierno Provisional abandonados por Kerenski. Por la noche, los agitadores del Smolny penetran en el Palacio y persuaden a los cosacos para que se pasen al lado de la revolución.
Los grupos proletarios están ya en el palacio del zar. El ataque final de los revolucionarios es una oleada imparable y termina con la más completa victoria. Con una sonrisa burlona, un soldado mira el dormitorio del zar, en el cual, algunas horas antes, aún descansaba Kerenski. El Gobierno Provisional es arrestado. El poder pasa a los Soviets.
COMENTARIO Y CRÍTICA.
La generalidad de la crítica [una selección en Passek. Le cinéma russe et soviétique. 1981: 136-138] ha destacado la artificiosidad del montaje, con las compa­raciones poco conseguidas por la ruptura del ritmo entre Kerenski y Napoleón, Kornilov y la imagen de la estatua... Igualmente fue criticado en Occidente que se falseara la participación de Trotski, presentado como un contemporizador con el régimen burgués, poco partidario de la revuelta armada, cuando de hecho fue su jefe militar.
Los críticos coetáneos percibieron enseguida la ambivalencia del filme, un intento de compromiso entre el cine propagandístico y el experimental.
T. Rokotov (1927) apreciaba los indudables logros en ambos aspectos pero también que este compromiso no podía satisfacer plenamente a los partidarios de ninguna de las dos posiciones: los participantes en la Revolución se quejaban de que su papel había sido devaluado, mientras que los formalistas advertían los errores en el ritmo visual. El semifracaso de público del filme obedecía, en todo caso, a que no se sentía el entusiasmo revolucionario.
El director de cine Kozincev la ensalzó: «Considero que cada fragmento desacertado de Octubre da a la cinematografía más que cien realizaciones acertadas.» [Revista “F. S.” 77/11 (1977): 10].
La crítica francesa, en cambio, siempre ha sentido debilidad por este filme. Mucho después, en 1960, el crítico Paul Davay, en tono laudatorio, explicaba su menguado éxito por su adelanto sobre el lenguaje cinematográfico que podía ser enten­dido por el público de los años 20, de modo que sólo se podía encontrar un sucesor en Resnais y su Hiroshima, mon amour (1959). Remarcaba que su inspiración se encontraba en Da Vinci y el Renacimiento.
El crítico Jean de Baroncelli, en las páginas de “Le Monde”, elogiaba también el filme Octubre, aun considerándolo inferior a El acorazado Potemkin, porque transmitía una verdadera poética del cine.
Georges Sadoul observaba la fuerte influencia de Vertov, sobre todo en el apoyo constante en los rótulos, entendidos no tanto como explicación sino como un collageparalelo a las imágenes, también en el uso de los objetos, con trucos de animación. Fi­nalmente, lo comparaba en logros técnicos con el Ciudadano Kane de Welles.

El mismo Eisenstein [Passek. Le cinéma russe et soviétique. 1981: 138-140] daba la palabra final al espectador, consciente de que su filme iba a ser recibido con diversidad de opiniones. Explicaba que había utilizado unos métodos nuevos y difíciles de comprender, que exigirían un esfuerzo mayor del normal por parte del espectador, pero que era necesario para hacer avanzar el arte cinematográfico y para presentar al espectador el «entusiasmo de aquellos días que asombraron al mundo».

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