El director ruso Pudovkin (1893-1953).
Vsevolod Ilarionovic Pudovkin (Penza, Saratov, 1893-Riga, 1953). Director cinematográfico soviético. En 1920 ingresó en el Instituto Cinematográfico del Estado de la URSS y empezó a trabajar como actor, guionista, decorador y ayudante de dirección, con un dominio integral de todo el arte cinematográfico, a excepción de la música.
La faceta de actor nunca la abandonó y fue muy apreciado para actor de reparto, por el mismo Eisenstein entre otros.
Alumno y luego colaborador de Lev Kulesov, se inició como director en dos cortometrajes:
La fiebre del ajedrez (1925), comedia satírica que muestra a una ciudad entera dominada por la pasión por este juego.
El mecanismo del cerebro (1926), documental científico basado en un texto del propio autor, que ilustra las famosas tesis de Pavlov.
El éxito de estos filmes le permitió realizar su primer largometraje, Mat (La madre, 1926), vibrante y fidelísima adaptación de la novela de Gorki, que le encumbró de inmediato al nivel del mismo Eisenstein. La obra muestra la toma de conciencia revolucionaria y el sacrificio de la vida por una madre y su hijo, con un aliento de esperanza en el futuro del pueblo ruso ante la opresión zarista.
El fin de San Petersburgo (1927) muestra la evolución política de un joven campesino y la transformación de la ciudad tras la revolución.
Con Tempestad sobre Asia (1928), desarrollado en Mongolia, muestra la toma de conciencia de los pueblos más atrasados, los nómadas. Así completó su gran trilogía revolucionaria, cuyo tema es la toma de conciencia social y política de los protagonistas. Si Eisenstein construía personajes colectivos, Pudovkin se interesaba por los individuos.
Obsesionado por la búsqueda de la esencia del cine, de lo específico fílmico, erigió el montaje en la base estética de su cine, apoyado en rigurosos que llamaba “guiones de hierro”, que preestablecían los menores detalles antes del rodaje.
Proponía una serie de temas visuales que se enfrentan dialécticamente, hasta fundirse en un final victorioso que encarna la tesis revolucionaria de la obra.
En 1928 firmó, junto con Eisenstein y Alexandrov, el Manifiesto sobre el contrapunto audiovisual en el cine sonoro, que propugnaba el uso antinaturalista y contrapuntístico del sonido, teoría que ensayó en sus primeros filmes sonoros: La vida es bella (1932) y El desertor(1933). Pero estas obras adolecían ya de la falta de medios, de los recortes provocados por la dura censura. Asombra la comparación entre las obras que filmó desde 1930 y su trilogía revolucionaria. El genio había sido desecado por el régimen y él jamás tuvo las oportunidades que se le darían a Eisenstein. El mismo hecho de que Eisenstein fuera el mejor cineasta privaba de las pocas vías de escape que quedaban a los demás cineastas.
Tras varios años de dedicarse a la enseñanza y a la investigación teórica del cine, realizó diversas obras histórico-biográficas, dentro de la corriente de exaltación de los valores patrióticos que produjo la II Guerra Mundial.
Algunas de estas últimas obras, como El almirante Najimov (1946), fueron muy criticadas por el Comité Central del Partido y puestas “en conserva” hasta la apertura de los años 50.
Su último filme, El regreso de Vasily Bortnikov o La cosecha (1953), es una gran sinfonía sobre la tierra, que cuenta de manera intimista y a través de la historia personal del protagonista y de su mujer el desarrollo de una comunidad rural atrasada.
Aunque al principio rechazara la importancia del actor, para resaltar en cambio el arquetipo humano (algo común en los grandes cineastas de la vanguardia soviética), su propia condición de actor (en 1944 actuó en Iván el Terrible de Eisenstein) y su interés por las teorías de la interpretación naturalista y los métodos introspectivos de Stanislavki, al que estudió y desarrolló en diversos textos teóricos en los años 30, le empujaron a la utilización de actores profesionales, para expresar la sutil progresión psicológica de sus personajes, su interés primordial.
Por encima de sus valores épicos, los momentos más logrados de su obra muestran un realismo inmediato y un sentido de la observación intimista que le confieren un poderoso aliento vital.
Moussinac diría: «mientras un filme de Eisenstein parece un grito, un filme de Pudovkin parece un canto» [Gutiérrez Espada. Historia de los medios audiovisuales. 1979: 276].
Las teorías de Pudovkin.
Pudovkin teorizó en varios textos sobre el lenguaje cinematográfico. Sobre la función del montaje escribió: «Por el enlace de fragmentos separados el realizador construye un espacio fílmico ideal, totalmente de su creación. Une y suelda los elementos separados que ha filmado en diferentes puntos del espacio real, de forma que crea un espacio fílmico» [Aumont; et al. Estética del cine. 1985: 165].
Las teorías de Pudovkin.
Pudovkin teorizó en varios textos sobre el lenguaje cinematográfico. Sobre la función del montaje escribió: «Por el enlace de fragmentos separados el realizador construye un espacio fílmico ideal, totalmente de su creación. Une y suelda los elementos separados que ha filmado en diferentes puntos del espacio real, de forma que crea un espacio fílmico» [Aumont; et al. Estética del cine. 1985: 165].
En un ensayo de 1926 sobre técnica del cine escribe sobre la relación entre el montaje y su efecto sobre el espectador: «En psicología hay una ley que dice que, si una emoción da origen a determinado movimiento, la imitación de ese movimiento permitirá evocar la emoción correspondiente. (...) Es preciso comprender que el montaje es un medio para constreñir deliberadamente los pensamientos y las asociaciones del espectador. (...) Si el montaje está coordinado en función de una serie de acontecimientos escogidos con precisión, o de una línea conceptual, agitada o calmada, tendrá respectivamente un efecto excitante o calmante sobre el espectador» [Aumont; et al. Estética del cine. 1985: 233].
Tenemos un largo texto suyo en el prefacio que escribió para un libro colectivo, Film-Regie und Film-Manuskript, editado en Berlín, 1928. En este prefacio exponía sus tesis sobre el cine, haciendo un resumen de las innovaciones del reciente cine soviético. Un fragmento de este prefacio ha sido titulado El montaje en el film[Romaguera. Textos y manifiestos del cine. 1989: 367-370]. En sustancia sus tesis son:
«El montaje es la base estética del film» para la cinematografía soviética, como medio de llegar a la razón y el ánimo de los espectadores. Resalta su importancia intelectual estableciendo una comparación con el montaje literario, en el que la composición es lo que consigue el efecto estético.
Como el escritor, el director crea las «frases del montaje», de modo que el film no es rodado, sino «construido», en base a unos fotogramas que son tan sólo la imprescindible materia prima de la composición-montaje. De este es del que se obtiene una realidad no fotográfica, sino cinematográfica, pasando de la fotografía inanimada (sic) a la viva forma cinematográfica.
La fotografía es, pues, para Pudovkin un arte menor, mero auxiliar de ese arte supremo que es el cine.
Pone ejemplos de que el montaje supera a la realidad: en El fin de San Petersburgo el mismo Pudovkin desechó la toma de una verdadera explosión porque aunque era real sin embargo parecía irreal o trivial en la pantalla, mientras que con un montaje de planos adecuados y falsos consiguió un efecto mucho más logrado, de modo que «el montaje es el creador de la realidad cinematográfica» y «la naturaleza no ofrece más que materia prima para su elaboración».
En cuanto al actor y su mímica, establece asimismo su papel secundario frente al montaje. Así, para representar a un magnate, en El fin de San Petersburgo, empleó un montaje de su imagen con el monumento ecuestre de Pedro el Grande.
En La madre consigue con el montaje paralelo de escenas bucólicas y la sonrisa del preso que espera ansioso su liberación, que el público sienta «la alegría del prisionero».
En el artículo El actor en el film [ver AA.VV. El cine soviético de todos los tiempos: 169-173], expone sus tesis a favor de la interpretación de actores con una buena base teatral, pero usando los valores propios de la cinematografía, sin hacer montajes teatrales con medios del cine. Las referencias encomiásticas a Meyerhold nos muestran cuánto debió a este gran director y escenógrafo teatral.
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