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domingo, 1 de diciembre de 2013

Iván el Terrible II (La conjura de los boyardos) (1944-1945), de Sergei M. Eisenstein.

Iván el Terrible II (La conjura de los boyardos) (1944-1945), de Sergei M. Eisenstein.


            Iván el Terrible II (La conjura de los boyardos) (1944-1945). Metraje-duración: 2.374 m., 1h. 30’. Productora: Mosfilm. Dirección: Sergei M. Eisens­tein. Guión: Sergei M. Eisens­tein y Piotr Pavlenko. Cola­borador: D.I. Va­siliev. Fotografía: Eduard Tissé y Andrei Moskvin (inte­riores). Decorado: Isaak Spinel. Montaje: S.M. Ei­senstein y Elfir To­back. Música: S. Proko­fiev. Ayudante de in­terpretación: Elena Telesheva. Blanco y negro, más escenas en color.
            Reparto: Nicolai Cherkasov (Iván el Terrible), Nicolai Ojlokpov, Alexander Abrikosov (antiguo boyardo, ahora metropo­li­tano de Moscú), Dimitri Orlov, Varvara Masaliti­nova.
            ARGUMENTO:
          
         El zar está sumido en la completa soledad del poder. Sus antiguos amigos le han traicionado o abandonado. El rey de Po­lonia pla­nea la destrucción de la unidad rusa, para lo que ne­cesita que impere un zar débil, en lo que coincide con los in­tereses de los boyardos.
            Un golpe de es­tado se prepara, con la ayu­da de la tía del zar, Eufro­sina (que pon­dría a su hijo en el trono) y de la Iglesia: hay que asesinar al zar, pero éste cuenta con la ayuda de sus policías secretos, los streltsy (la relación con el KGB soviético es evidente) y tiende una trampa a los conspiradores. La mano ase­sina apu­ñala por error al primo que es preten­diente al trono. Iván, al final, promete que será terri­ble en su ac­ción de go­bierno, porque lo exige la de­fensa de la tierra ru­sa.    
COMENTARIO Y CRÍTICA
            La película, como la anterior, era un alarde formal sin precedentes en la histo­ria del cine, fue definida como «la úni­ca película que ha tra­tado al genio con el genio necesario para transmitir la idea de la auténtica grandeza». Pero se le criti­có por el poder que presentará al zar como un hombre poseído de dudas éticas con respecto a si debía usar la violencia para lograr sus objetivos. Stalin no podía permitir tal duda.
            El montaje no fue terminado hasta principios de 1946, y entonces Eisenstein sufrió un ataque al corazón que le tuvo postrado en el hospital el resto del año. Cuando salió supo de las críticas al filme en su montaje y se puso a rehacerlo aun­que no pudo verlo exhibido por la censura (que duraría un dece­nio, hasta 1958) y su posterior muer­te en 1948.
            
            Es notable que haya adaptado por primera vez el color, en las dos escenas del final, con el uso del amarillo, rojo, negro y azul, con un fuerte sim­bolismo, en especial en la es­cena del banquete en el palacio de Alexandrovsk, con contraposiciones cuidado­samen­te estudia­das y engarza­das en el montaje de los planos. Es similar a la primera parte la estrecha rela­ción de su mon­taje con la música de Prokofievformando una uni­dad or­gá­nica. El resto de las influencias estéticas son idénticas a lo largo de todo el ciclo, por lo que no nos extendemos más.
            La terce­ra parte de la trilogía fue aban­donada y de ella sólo nos quedan al­gunos foto­gramas de escenas de masas, para las que se habían utilizado los decorados y ac­tores de las dos partes anteriores. Por ello nunca se ha exhibido, por estar en una fase demasiado embrionaria [AA.VV. El cine soviético de todos los tiempos. 1988: 149, muestra algunas fotos de esta tercera parte].

Alexander Nevski (1938), de Sergei M. Eisenstein.

Alexander Nevski (1938), de Sergei M. Eisenstein. 

        Alexander Nevski(1938). Metraje-duración: 3.044 m., 1h. 51’. Productora: Mosfilm. Dirección: Sergei M. Eisens­tein. Guión: Sergei M. Eisens­tein y Piotr Pavlenko. Colaborador: D. I. Vasiliev. Foto­grafía: Eduard Tissé. Montaje: Sergei M. Eisens­tein. Música: Sergei Pro­kofiev. Ayudante de interpretación: Elena Telesheva. Decorado: Isaak Spinel, N. Solovev.
         Reparto: Nicolai Cherkasov (Aleksandr Nevski), Nicolai Ojlokpov (Vasily Buslai), Andrei Abrikosov (Gavrilo Oleksic), Dimitri Orlov (Ignat), Vasily Novikov (Pavsa), N. Arski (Domas Tverdislavic), Varvara Masaliti­nova (Amelfa Timofeevna), Valen­tina Ivaseva (Olga), Aleksandra Danilova (Vasilisa, la hija del voivoda de Pskov), Sergei Blinnikov (Tverdila, el traidor), Ivan Lagutin (el monje Anany).
            ARGUMENTO:
            La Rusia del siglo XIII. Alexander, príncipe de Pereslav, está en un lago con sus cortesanos. La tierra rusa aún no ha sido libe­rada del yugo mongol, que campan por sus respetos pero todavía es pronto para rebelarse contra ellos.
            Un peligro más inmediato llega por el Oeste con la inva­sión de los caba­lleros teutó­nicos de Livonia. Cae en sus manos Pskov y los rusos son quema­dos vi­vos y Novgorod es amenazada con la destrucción. La campana de la cate­dral llama a los habi­tantes, que, en con­tra de la opinión de los bo­yar­dos, deci­den llamar al príncipe, Alexander, para rechazar al enemigo. El príncipe hace una leva entre la nobleza y los cam­pesinos y reú­ne un ejér­cito verdaderamente popular.


            Van al encuentro del enemigo. Alexander decide librar la bata­lla sobre el hielo del lago Cudsk (Peipus). Concibe un plan que consiste en hacer recibir por el regimiento de vanguardia el ataque de los caballeros teutóni­cos para, después, en lo más fuerte del choque, hacer atacar los flancos por el ejército popular ruso. La espantosa batalla dura todo el día, el hielo es cubierto por la sangre de los muertos. Los rusos consiguen con su arrojo temerario la victoria que salva Rusia de la des­trucción y la esclavitud. En la alborozada Novgorod el príncipe Alexander anuncia a los tiempos venideros el duro destino que aguarda a quienes invadan la tierra rusa.
            COMENTARIO Y CRÍTICA
            La película surgió de un encargo político propagandístico. A comienzos de 1938 Stalin ya entre­veía que una guerra con Ale­mania sería inevitable y decidió preparar el terreno ideológico para ello. Entre las medidas tomadas estaba el hacer un filme que estimulase el ardor pa­triótico de los rusos contra los ale­manes y nada mejor que re­cordar la gran gesta del príncipe Alexander Nevski que había rechazado a los caballeros teutónicos que habían invadido Rusia en el siglo XIII.
            El filme se llamaría Russ (Rusia), el mismo título de la can­ción patriótica que se repite varias veces desde el princi­pio del filme. El encargo se dio a Eisenstein porque Stalin era consciente de que sólo él podría dar al magno proyecto la altu­ra artística necesaria.
            Eisenstein hacía en esta obra su primera película sonora con opción de ser acabada y decidió intentar realizar un viejo sueño: fundir el gesto, la palabra y la música, una síntesis de drama-ballet (de acuerdo a las tesis de Meyerhold), un filme que podría calificarse de filme-música o filme-ópera, en el que imagen y música se crearan de manera entrelazada en perfecta fusión creativa. Para hacer la música el mismo Stalin decidió que sólo Prokofiev podía hacerla así que se aceptó sin proble­mas que Eisenstein le tomara como director y compositor de mú­sica. Lo filmó durante cinco meses de un cálido verano y otoño, desde mayo de 1938 y lo ter­minó el 4 de no­viembre).
               
 
               Cherkasov en el papel de Alexander Nevski.

            Contó con enormes medios económicos, los mejores actores y técnicos, por lo que la filmación progresó mucho más rápido de lo previsible. Así, la portentosa escena de la batalla en el lago helado, que en el proyecto debía hacerse al natural en diciembre se filmó en pleno agosto, sobre un inmenso decorado de espuma blanca solidificada. El éxito fue inmenso y le reha­bi­litó de inmediato ante Stalin.
            Según Sadoul [Passek. Le cinéma russe et soviétique. 1981: 199] fue un punto de confluen­cia de todas las ten­dencias que habían marcado su obra anterior. Que­ría crear una obra total, partícipe de todas las artes escéni­cas y plásticas, un espectáculo suma de todas las facetas de los demás espectá­culos. Un montaje minucioso, con encuadres rebuscados, se con­juntó en un contrapunto audio-vi­sual con la partitura de Proko­fiev, como una sinfonía. Esta perfección for­mal hacía olvidar demasiado el papel de los hom­bres, pero el amor a la patria iluminaba la mayor parte del filme, profético por lo demás.
            En oposición a esta opinión sólo laudatoria, Bardèche y Brasi­llach [Passek. Le cinéma russe et soviétique. 1981: 199-200], nos muestran la ambivalencia del filme. Por un lado sería la obra maestra del cine épico-histó­rico y una de las mejores del cine soviético y, por otra, como el mejor del cinéma «fascista» en el sentido de to­talitario, con el hé­roe invencible y siempre sere­no, de pura raza nórdica, que ven­ce a los enemigos de la pa­tria. Debería ser la película-modelo para el cine nazi.
            Para conocer cómo Eisenstein y Prokofiev trabajaron en la música nada mejor que leer las notas de rodaje del propio Ei­senstein: «Me dice Prokofiev: `Lo tendrá usted al mediodía’, mientras salimos de la salita de proyección. Es medianoche pero estoy tranquilo. Mañana a las 11.55 un pequeño automóvil azul entrará en los estudios con Prokofiev llevando bajo el brazo la continuación de la música de Nevski. Por la noche veremos un nuevo fragmento de película y por la mañana un nuevo fragmento musical estará listo. Prokofiev es un reloj: atina el tiempo con la precisión de un campeón de tiro. Pero su exactitud no es maniática puntualidad; procede de la precisión que caracteriza toda su obra».
             Y tras el estreno Eisenstein anota en su diario: «La mú­sica fue compuesta unas veces para escenas montadas en bruto y otras para escenas con montaje afinado. Pero en las más la mú­sica era anterior a la imagen y rodamos de modo que la cons­trucción visual se apoyase en la sonora. Una vez intenté expli­car a Prokofiev la escena de la batalla en que los solda­dos rusos tocan flautas: no me entendía. Yo no lograba transmi­tirle lo que se iba a ver y él no encontraba el efecto musical preci­so para algo que no veía. Entonces pedí que que construye­ran las viejas flautas y las filmaran. Cuando Prokofiev vio a los flautistas, su visión se hizo automáticamente sonora, e inme­diatamente creó un equivalente musical de la imagen» [Fernández Santos, Ángel. La música de Prokofiev para ‘Alexander Nevski’. “El País”, Babelia (15-IV-1995) 2.].

El prado de Bezin (1935), de Sergei M. Eisenstein.

El prado de Bezin (1935), de Sergei M. Eisenstein.          


           El prado de Bezin (Bezhin Lud) (1935). Film no terminado. Producción: Mosfilm. Dirección: Sergei M. Eisens­tein. Argumento: Alexander Rzechecski, sobre un cuento de Ivan Turguenev y la biogra­fía de Pavel Morosov. Guión: Sergei M. Eisenstein y Isaac Babel. Foto­gra­fía: Eduard Tissé.
            Reparto: Vitya Kartashov (Stepok), Elena Telesheva (la ma­dre), Boris Zajava (el padre)...
            ARGUMENTO:
            Es la historia de una modesta familia cam­pesina rusa, que gira alrededor de un padre embrutecido por la miseria y la incultura, sumido en el vi­cio y en las filas del lum­penproletariado, y que apoya a los ricos campesi­nos kulaks. La madre y el niño son felices gracias a que se apoyan mutuamente, pero un día el padre mata a golpes a la madre y el niño denun­cia el asesinato. El padre se cree en su derecho al usar la violen­cia en el ámbito familiar así que piensa que su hijo es un traidor que merece la muerte.
            El niño se integra dentro del alegre espíritu colectivo de los koljozianos, que están colectivizando el campo y por ello están enfrentados con los kulaks. Algunos de estos incen­dian un edificio del kol­józ y son perse­guidos hasta la iglesia y dete­nidos.
            Una noche los kulaks que aún están li­bres intentan sabo­tear la maqui­naria agrícola y el niño, que montaba guardia, es ase­sina­do por su propio padre. En la noche de luna la agonía del pobre niño es un homenaje a los sacrifi­cios del campesinado soviético y tam­bién el anuncio de un nuevo día, un nuevo mundo.
            COMENTARIO Y CRÍTICA
            El rodaje se inició el 5 de mayo de 1935, y fue inte­rrum­pido a la mitad por una enfermedad de Eisenstein. Este parénte­sis fue aprovechado por la censura para fustigar la parte rea­lizada. Se le acusó de formalismo y se le denegaron los medios económi­cos para con­ti­nuar la filma­ción.
            Eisenstein intentó so­lucionar­lo haciendo cambios en el guión, pero no fueron acepta­dos. Fi­nal­mente, lle­gó a hacer dos ver­sio­nes distintas (una con el des­mantelamiento de un iglesia, la otra con un in­cendio de un pa­lomar) pero tam­poco pudieron pasar la censura, por lo que de­bió sus­pen­derse la filmación de­finiti­vamente el 17 de mar­zo de 1937, un ejem­plo de los graví­simos problemas que provocaba entonces la cen­sura. Final­mente el material fue archi­vado sin ser montado.
            Durante la II Guerra Mundial la aviación alemana bombar­deó los laboratorios donde se guardaba la única copia exis­tente y los nega­tivos filmados: sólo sobrevivieron algu­nas series de fotos, que fueron usadas para un montaje muy ori­ginal, con fotos fi­jas, música y carte­les de argumento, que hasta 1967 no pudo exhibir­se en Europa una versión.
El film re­vela un notable lirismo poético: el uso del color blan­co para definir a los personajes positivos (el niño y los koljozianos), los claroscuros en el interior de la taberna y en la noche en la que el niño es asesinado, los pictorialistas efectos de plen-air que son un lírico canto a la naturaleza, el ritmo creciente de la persecución de los incendiarios, formal­mente muy bien consegui­da (como el precioso contrapicado de los perseguidores subiendo por la ladera de la colina en cuya cum­bre está la igl­esia) y otros mucho logros.

¡Qué viva México! (1931), de Sergei M. Eisenstein.

¡Qué viva México! (1931), de Sergei M. Eisenstein.
        ¡Qué viva México!(1931). Metraje-duración: 1h 25’. Dirección: Sergei M. Eisens­tein. Correalizador: Gregori Alexandrov. Producción: Mexican Picture Trust (Upton y Mary Craig Sin­clair). Guión: S. M. Eisenstein. Fotografía: Eduard Tissé.
            Reparto: Isabelita Villaseñor (María), Martín Hernández (Sebastián), David Liceaga (torero)...
            ARGUMENTO:
            El filme estaba previsto en un prólogo, cua­tro partes (Sandun­ga, Maguey, La fiesta y Soldadera) y un epí­logo que no llegó a rodarse. Se mostraban en estas partes varias visio­nes de México a lo largo de su historia, con el hilo conductor de la muerte y del pueblo llano mexicano.
        En el prólogo vemos el México preco­lonial, con la arqui­tec­tura maya y azteca, una visión antropológica de los cuerpos hu­manos de la pura raza amerindia, el interés por la muerte, los dioses de sangre y muerte...
        En la parte llamada San­dunga (por la música popular que suena), vemos lo que sería el México colonial (y también el actual, pues las costumbres se han mantenido), con los prepara­tivos de la boda de Juanita Villaseñor en el pueblo de San­to Do­min­go de Tehuantepec, con los ritos matrimoniales, la ironía sobre el duro trabajo de las mujeres y la pereza consustancial a los hombres, la visión idílica del amor natural sin trabas.
            En Maguey tenemos una historia del México an­terre­volucio­na­rio, muy dura. Los trabajadores del magüey (una planta indus­trial de la costa de Yucatán) son explotados por los grandes propietarios. Una joven pareja a punto de ca­sarse es rota por un terra­teniente que viola a la muchacha y la mantiene se­cues­trada. El novio, apoyado por unos amigos, la libera, pero los rescatadores son per­seguidos por los terra­tenientes, son muer­tos salvajemente pisoteados por los caballos.
            Esta es la única historia de ficción de la película y los actores no profesionales dan una sensación de irrealidad (casi de teatro popular) que perjudica el desarrollo de la acción.

            Eisenstein en México.


            En La fiesta vemos una famosa secuencia de la vida coti­diana en el México postrevolucionario, la fiesta de los muer­tos, en la que todo el mundo come calaveras de azúcar, se pone máscaras mortuorias y dan­za en rituales macabros, dentro de un espíritu festivo de con­vi­vencia con la muerte. Es el símbolo de la perduración de las religio­nes antiguas por debajo del cato­licismo, que es presen­tado como una religión de muerte, sólo que más atemperada por la razón.
            En Soldadera, que no se filmó, pretendía desarrollar la vida de las mujeres revolucionarias (las soldaderas) que acom­pañaban a los hombres en medio de las campañas de la Revolución de los años 10. Un ejemplo de cómo hubiera podido ser lo tene­mos en la reciente película Gringo Viejo o en parte primera de la novela de Car­los Fuentes, La muerte de Antemio Cruz.
            En el epí­logo que tampoco llegó a ro­dar­se pretendía cerrar con un canto de esperanza en lo logros de la Revolución.
            COMENTARIO Y CRÍTICA
            El filme, por los motivos que veíamos en la biografía de Ei­senstein, se desglosó (1933) en los lar­gometra­jes Thun­der over Me­xicoEisenstein in MexicoMexi­can Simphony (des­glosado en seis episodios) y el cortometraje Death Day, utili­zando el ma­terial con intención comercial.
            En 1939 Marie Seton realizó el montaje Time in the Sun, consi­derado la apro­ximación más respe­tuosa al proyecto origi­nal. Con fines de es­tudio, Jay Leyda ordenó en 225 minutos de proyección todo el material dis­poni­ble, por iniciativa del Mu­seum of Mo­dern Art Library, en Ei­senstein’s Mexican Film: Epi­sodes for Study (1957). Eisens­tein desaprobó los montajes de Thunder over Mexi­co y Time in the Sun, que pudo ver en 1947. Este filme inacaba­do y desvir­tuado contiene empero algunos de sus mejores momen­tos.
            Gregori Alexandrov explicó la azarosa historia del rodaje y el conflictivo montaje [Revista “F. S.” 78/3 (1978) 17-19], del que hizo en los últimos años 70 una versión que hoy se considera de refe­rencia, editada por Mosfilm.
            Eisenstein ya se sentía atraído por el tema de México des­de su época de director de teatro (hizo el montaje de El mexi­cano). Le atrajo enseguida la posibilidad sugerida por el artista Diego Rivera de filmar una obra sobre la historia de México. La financiación del escritor radical Upton Sinclair le permi­tió acometer una ingente labor de documentación, entre­vis­tas, filmación. Más de 70.000 metros de material documental y de ficción, una enorme masa que se quedó en EE.UU. y de la que surgieron numerosas versiones espúreas, con fines comercia­les y aprovechando el tirón del nombre de Eisenstein.
            Lograda la re­cuperación del material original, que guar­daba el MOMA de Nueva York, Alexandrov volvió a la idea origi­nal de Eisenstein (con la misma estructura por lo menos) e in­tentó hacer una versión reducida, austera, sin concesiones co­mercia­les. «Lo principal en esta labor será conservar el espí­ritu de Sergei Eisenstein y llevar de la manera más plena su idea hasta el espectador».
            Es muy interesante observar el impacto de la revolución y de la cul­tura mexicanas en la obra de la fo­tógrafa radical Tina Mo­dotti, amiga de Diego Rivera (a tra­vés del cual sin duda conoció a los cineas­tas soviéticos recién llega­dos) con sus naturalezas muertas, alusivas a la Revolu­ción, y sus fotos de mujeres de Tehuantepec en 1928-29, un año antes de la visita de Eisenstein al mismo lugar (¿por sugeren­cia suya?).
            Podemos rastrear la influencia de Eisenstein en México en la obra de la fotógrafa contemporánea y modernista Lola Alvárez Bravo, que por los temas (entierros, muerte, sueños, jóvenes campesi­nas, sombras pictóricas, etc.) y estilo depurado de sus fotos tanto nos lo recuerda [Fotos de Alvárez Bravo en “His­tory of Photography” (otoño 1994) 211-218].
            En 1996 se descubrieron dos dibujos inéditos de Eisens­tein, en casa de su amigo Jorge Palomino, un artista que le ayudó a buscar localizaciones para el largometraje y para el que hizo estos dibu­jos, de 1931, que presentan escenas eróti­cas, y eran conocidos sólo por un pequeño grupo cercano a Palo­mino. Iban a ser publicados por el investigador Fernando de la Vega en un próximo libro.

El acorazado Potemkin (1925), de Sergei M. Eisenstein.

 El acorazado Potemkin (1925), de Sergei M. Eisenstein.
         Año de produc­ción: 1925 (sonoriza­da en 1930, segunda ver­sión en 1950). Es­treno oficial: 18-I-1926. Metraje-duración: 1850 m., 1 h. 07’. Dirección: Sergei M. Eisenstein. Ayudantes de di­rección: Alexandrov, Anto­nov, Gomarov, Lev­chin y Strauch (lla­mados “Los 5 de hierro”). Guión: Sergei M. Ei­sens­tein y Nina Agadjanova Sutko. Fotogra­fía: Eduard Tissé. Monta­je: S. M. Eisenstein. Decorado: Vassili Rahals. Música: Nikolai Kriukov. Producción: Goski­no.
          Reparto: Alexandr Anto­nov (Vakulincuk), Gregori Alexandrov (teniente Guljarovski), Vladimir Barski (Golikov, el comandan­te), Anatoly Levchin (contramaestre), Mijail Gomarov (marine­ro), I. Bobrov (un conscrito), Marusov (un oficial), Repnikova (la mujer de la escalera)...
            ARGUMENTO:
            Es un episodio de la revolución rusa de 1905. Los marine­ros llevan una vida lamentable, maltratados por los contramaes­tres, que descargan sobre ellos su rencor contra los oficiales. Uno de los marineros, Vakulinchuk, incita a la rebe­lión a sus cama­radas. El 14 de junio por la mañana, se les quiere hacer comer carne podrida, que el mismo médico de a bor­do pretende que es comestible. Como los marineros rehúsan co­merla, el co­mandante ordena que se fusile a un grupo de descon­tentos, pero la guardia rehúsa. La tripulación se amotina y arroja a los oficiales por la borda. Pero una bala alcanza a Vakulinchuk, que muere. Su cuerpo es llevado a Odesa y expuesto sobre el muelle. Los habitantes simpatizan con la tripulación: llevan viandas a los marineros y acuden a homenajear el cuerpo del instigador de la rebelión. Pero las represalias no se hacen esperar: el ejército zarista dispara sobre el pueblo y hace terribles estragos en la multitud; las escaleras del puerto se cubren de muertos. Los marinos, reembarcados, disparan a su vez sobre los soldados y consiguen parar la carnicería. Pero en ese momento, la flota gubernamental entra en acción contra los amo­tinados: el Potemkin debe emprender la huida, pero consigue pasar sin lucha entre los doce navíos de la escuadra.
            COMENTARIO Y CRÍTICA
            Eisens­tein, con sólo 27 años, al­canzó la fama mundial con Bro­nenosec Potem­kin (El acorazado P­ote­mkin, 1925). Roda­do en unas pocas semanas, montó la cinta en sólo doce días. La noche antes del es­treno, el 21 de diciem­bre de 1925 (el oficial fue el 18 de enero siguiente), el mismo Eisenstein y Ale­xandrov todavía estaban traba­jan­do en el monta­je. La pelícu­la comenzó a emitir­se con largos interme­dios para alargar la proyección pero fal­taban por acabar la cuarta y la quinta bobi­nas. Las acabaron a duras penas y fueron en moto al cine, pero pasando por la Plaza Roja se les estropeó la moto y tuvieron que correr hasta el cine, llegando justo a tiempo de ponerlas. El estreno fue un relativo fracaso porque la crítica no había sido «predispuesta» por la auto­ridad cine­mato­gráfica y ello fue entendido como una indicación de que tenía que hacerse una crítica sólo tibia. Fue estrenada en ci­nes secundarios y no hubo apenas publicidad. Todo parecía apun­tar a que sería la última película de Eisenstein, pero poste­rior­men­te las exce­lentes críticas de Picford, Fair­banks y el éxito de su proyección en Berlín, hicieron reestrenar la pelí­cu­la en los mejores cines soviéticos, con una mayor atención del público y de la crítica, consiguiendo un triun­fo que ya se­ría imparable.
            Originariamente formaba parte de una serie de ocho pelícu­las destinadas, por iniciativa oficial, a conmemorar la Revolu­ción de 1905. Eisenstein resolvió finalmente rodar sólo el epi­sodio de la sublevación del Potemkin y la huelga de Odessa, sobre un extenso guión redactado con la escritora Nina Agadza­nova-Cutko. El filme se rodó en unos dos meses, íntegramente en escenarios naturales.
            Está estructurado en cinco partes: 1) Hombres y gusanos, 2) El dra­ma sobre cubierta, 3) La sangre pide ven­ganza, 4) La escali­nata de Odessa y 5) El paso a través de la escuadra. Na­rra los acon­teci­mien­tos de los días 12 a 17 de junio de 1905 en el puerto de Odes­sa y los concentra sólo en 48 horas.
            El guión, de este modo, res­peta básica­mente los hechos históricos, si bien por nece­sidades dra­máticas inventó alguna escena, como el tiro­teo en la escali­nata o la lona cubriendo a los marineros que van a ser fusila­dos, y omi­tió datos margina­les, como el destino final del barco rebel­de.
            Los dos persona­jes colectivos son muy evi­dentes: el barco y la ciudad. El pri­mero se presenta aislado, como un mi­crocos­mos de la sociedad rusa (incluso con maquetas para re­mar­car su se­pa­ra­ción de su entorno), con el pueblo en­carnado en los mari­ne­ros. La ciudad se mani­fiesta en sus gen­tes, con pe­queñas pin­ce­ladas individua­les para humanizarlo, para darle «carne». Y con­tra estos dos perso­najes se erige el gran enemi­go, la marina y el ejército zaris­tas.
            El montaje goza de una impresionante multiplicidad de pla­nos. El acorazado se ve al principio desde todos los ángulos posibles. Pero más conseguido es aún el montaje de estos planos y su composición: las bocas de los cañones adquieren casi la intensidad del grito que se percibe en las bocas abiertas de los marineros.
            El ritmo de cada uno de los cinco actos se inicia con una apacibilidad que permite unos líricos efectos, para adquirir un extraordinario patetismo en la segunda mitad de cada uno de los actos, en un in crescendo de la tensión emotiva hasta el épico final.
            Los valores del montaje y el ritmo encuentran su expresión más perfecta en la escena de la escalera de Odessa, auténtica página maestra de la historia del cine, de 4’ 20’’, con 155 planos separados.

            Los planos generales largos muestran a la multitud que desciende por la escalera hacia el puerto. Luego se agiliza el ritmo: los cosacos llegan, a golpe rítmico de tambores. Cuando disparan, el caos se expresa con un ritmo de planos rapidísi­mos, muy cortos de metraje. Con la intensificación del ritmo, se suceden y combinan los contrastes, acelerando y enlentecien­do la velocidad y la duración de los planos. Ruedan los cuerpos heri­dos y rueda el coche del niño, pero frente a este movimien­to hacia abajo se destaca el movimiento hacia arriba de la ma­dre que asciende con la lenti­tud de la locura, llevando el cuerpo muerto de su hijo entre sus brazos. El movimiento des­cendente de los cuerpos que ruedan y de los cosacos que dispa­ran queda súbitamente cortado por un movimiento transversal, al pie de la escalinata, por el escua­drón de cosacos a caballo que embiste y acosa a los manifestan­tes que han podido huir de la masacre.
            Eisenstein ha provocado la angustia del espectador con un ritmo angustioso, para hacernos ver la intensidad de los sen­timientos colectivos que el hombre puede experimentar, desde la crueldad, personificada en el piquete de fusileros, hasta el intenso dolor y la angustia terrible del pueblo indefenso.
            En esta escena tenemos una representación coral del pueblo y de sus opresores, pero asimismo de retratos psicológicos in­dividuales, arquetipos del sufrimiento y del sacrificio.
Eisenstein escribe: «¿Qué clase de impre­sión logramos pro­ducir al combinar de modo consciente los ele­mentos de pier­nas, esca­lones, gente y sangre? El espectador no se ima­gina a sí mismo en los muelles de Odessa, en 1905. Sin embargo, a me­dida que avanzan las botas de los soldados, retro­cede físi­ca­mente. Cuando el cochecito de la enloquecida madre se inclina sobre el borde del muelle, se sujeta con fuerza a la butaca. No quiere caer al agua.» [Barr. Sergei Michailo­vitch Eisenstein (161-166), en La de­fini­ción del arte mo­der­no. 1989: 163]
         
          Sigue escribiendo en sus tex­tos: «Del movimiento caótico de los civiles al movimiento rít­mico de los soldados, del movimiento descendente al movimiento as­cendente... El método de exposición procede por bandas, por colisiones. Colisiones de plano a plano, de secuencia a secuen­cia, de episodio a episo­dio, de parte a parte, como dos células elementales que se pro­pagan y se multiplican».
            La cámara permanece casi siempre estática, residiendo el arte del filme en el montaje, extensamente analizado por el propio Eisenstein y por multitud de historiadores y críticos. Un montaje realista, mucho más planificado (las yuxtaposiciones rompen apenas el ritmo) que en la anterior La huelga o la pos­terior Octubre (que tienen demasiados cortes inconexos).
           
          
         Un hallazgo excepcional de esta escena es el escenario escogido, la escalera. En el episodio real no existía y todo transcurrió en una zona inmediata al puerto, llana, horizontal, pero la escalera permite los picados y los contrapicados y los movimientos de los cuerpos enfocados desde arriba o la amenaza de los fusiles contemplada desde un plano inferior intensifica los efectos. No resulta tan dramático un cuerpo que cae herido al suelo como otro que al ser herido rueda escaleras abajo.
          Hay una referencia curiosa: cómo Eisenstein fustiga al antisemitismo (él era de ascendencia judía), en un breve plano en que un burgués, ante el cadáver del marinero expuesto en el puerto, intenta desviar la ira del pueblo con una proclama con­tra los judíos (los progroms eran usuales en la Ucrania zaris­ta, e incluso fomentados por el régimen como una válvula de esca­pe) y se encuentra con la respuesta dura e inmediata de un pueblo que ya no se deja engañar.
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           La película obtuvo un enorme éxito, principalmente en Ale­mania y EE UU, aunque en muchos países se prohibió su exhibición por motivos políticos. Suscitó alabanzas entusiastas de Theodor Dreiser, George Bernard Shaw, Albert Einstein... En España el filme se estrenó en 1931 por Buñuel, director del Cineclub Español, y el impacto ideológico fue tan grande que el Gobierno prohibió en 1933 que se exhibiera en un local anarquista de Sevilla. Inspiró ya en 1926 el primer film japonés de vanguardia, Una página de locu­ra, de Teinosuke Kinugasa (1896-1982), con un montaje muy seme­jante al de Eisenstein que había conocido a través de revistas alemanas [SklarFILM: An international history of the medium. 1990: 171].
            En la Exposición Internacional de Bruselas de 1958 un jura­do internacional de 117 historiadores de de 26 países eli­gió por amplia mayoría a este filme como el mejor de todos los tiempos, aunque últimamente también se le compara en calidad su último filme, Iván el Terrible

La huelga (1924), de Sergei M. Eisenstein.

La huelga (1924), de Sergei M. Eisenstein.
          
        1924. Dirección: Sergei M. Eisenstein. Guión: Valery Pliet­nov, Sergei M. Eisenstein, I. Kraut­chonovs­ki, G. Alexandrov y Colec­tivo Teatro Proletkul. Foto­gra­fía: Eduard Tissé y Vladimir Hvatov. Decorado: Vassili Rahals. Mon­taje: Sergei M. Eisens­tein. Producción: Goskino y Proletkult. Metra­je-duración: 1969 m., 1h. 14’.
            Reparto: Ivan Kliukvin (un activista), Alexandr Antonov (un obrero, miembro del comité de huelga), Mi­jail Gomarov (un obre­ro), Maxim Strauch (un soplón), Grego­ri Alexan­drov (el con­tra­maestre), I. Ivanov (director de la Policía), Boris Jurcev (rey del hampa), Judith Glizer y otros actores del Proletkult.
            ARGUMENTO:
            En una de las mayores fábricas de la Rusia za­rista exte­rior­mente todo está en calma: los obreros sufren, los burgueses gozan de la vida. Pero el contramaestre de la fábrica observa que entre los obreros aparecía una agitación, todavía muy es­condida. Lo hace saber a la dirección y ésta a la Poli­cía. Los espías de esta pene­tran por entre los recovecos de la fábrica y del barrio obre­ro. Mientras tanto el comité del par­tido so­cial-demócrata obrero ruso lanza proclamas llamando a la lucha.
            El suicidio de un obrero, acusado injustamente por la di­rec­ción de la fábrica de haber robado un instrumento, provoca la huelga. Los obreros abandonan la fábrica. Las máquinas se paran. Se organiza un mitin en el bosque. La policía a caballo intenta en vano dis­persar a los obreros. Ante el rechazo de los patronos a dar satisfacción a las exigencias de los obreros, el comité decide continuar la huelga.
            La Policía hace incendiar la bodega de vinos y promueve que los obreros vayan a saquear la bode­ga para así provocar las represiones. Para ello compran la colaboración del lumpen-proletariado. Pero el proyecto fracasa porque los obreros se contienen. Bajo orden del comisario de policía, los bom­beros dispersan con agua a los obreros. Los responsa­bles son arrestados, pero la huelga no se detiene.
            Los obreros descienden una vez más a la calle. En­tonces comienza una san­grienta masacre. Dece­nas de proletarios son masacrados, como son aniquilados por millares los mineros de Lenskij, los obre­ros de Jaroslav y de otras ciudades industria­les de Rusia. [Passek. Le cinéma russe et soviétique. 1981: 117-119]
            COMENTARIO Y CRÍTICA.
         Podemos encontrar una transcripción de la secuencia para­lela de la matanza del matadero y la represión zarista en el libro de Eisenstein El sentido del cine [175-176], con la des­composición visual en planos.
         
           Deslumbró el montaje innovador de este filme, por ejemplo con la vibrante yuxta­posición de imágenes del ametrallamiento de los obreros con la masacre del ganado en un matadero.

            Comentarios críticos:
            Revista “Kino Gazetta” (17-III-1925) [Passek. Le cinéma russe et soviétique. 1981: 118]:
«Es un acontecimiento enorme en la cinemato­grafía sovié­tica, rusa y mundial. Las pan­tallas de la URSS no han visto jamás un filme tan importante ni por su sig­nificación ideológi­ca ni por sus cualidades formales.
            A riesgo de corromper a Eisenstein y de crearle enemigos, sostengo que por la riqueza y la audacia de su imaginación, por su maestría en la utilización de los actores y objetos, por la organización de los planos y el ritmo de los movimientos y del montaje, no solamente ha superado a nuestros Griffith soviéti­cos sino incluso al ilustre David W. Griffith de Hollywood. Para el Oeste, la palabra de Eisenstein es una palabra nueva en el arte cinematográfico. Entre los formalistas de izquierda, [esta obra] va a hacer una revolución; y asimismo los clásicos y los conservadores no podrán decir después de La Huelga que nosotros no hacemos sino propaganda.
            Goskino ha acertado en arriesgarse a perder sumas impor­tantes en esta realización experimental. Honor y gloria a él. Se podrá ver este filme dos veces, tres y más. Será acogido con entusiasmo, si las autoridades de los países capitalistas lo permiten, por los obreros de Berlín, Nueva York y Bombay. Se la verá dentro de 50 años, cuando estarán olvidados los mejores filmes “de gran espectáculo”. Pues este es un filme de talento, original y proletario.»
            Por su parte Vertov criticó y condenó al filme por ser un injerto de sus teorías del Cine-Ojo dentro de un cine de argu­mento, con su montaje, la selección de imágenes, la estructura de los rótulos. Pero lejos estaban los actores con su circo teatral [recogido por Sadoul en “Les Lettres Fançaises”, cit. Passek. Le cinéma russe et soviétique. 1981: 118-119]. Sadoul, por su parte leyó los cuadernos de notas del director, con su plan de trabajo muy detallado, donde él había escrito en francés: «Ménager les effets» (no abusar de los efectos). Pero Sadoul entiende que sí había abusado de es­tos, con demasiados trucos y escenas sangrientas. El propio Eisenstein decía que él no hacía Cine-Ojo, sino Cine-Puño, por los golpes que asestaba a la garganta des espectador. Pero esto no significó que repudiase del todo a Vertov, cuya influencia fue clara en El acorazado Potemkin y en Octubre [Passek. Le cinéma russe et soviétique. 1981: 119].
            Yvonne Baby, en el diario “Le Monde” [Passek. Le cinéma russe et soviétique. 1981: 119], nos re­fiere que este filme es un canto a la solidaridad, al lirismo revolucionario, el coraje y la vitalidad de la multitud. En un mundo llamado brutalmente a «transformarse» el director se per­mite una visión crítica y sarcástica de la realidad (la comida de los accionistas, el ballet bufonesco de los soplones con cabezas de animales, la aparición de los mendigos), mientras que observa con simpatía a las mujeres y los niños, en un humor «comprometido», que se inspira en el género musical del music-hall. Unas escenas que serán descanso y preludio antes del dra­ma de la derrota del pueblo.
            Sklar ha remarcado la importancia de la escenografía del movimiento de los actores del Proletkul’t, que permitió a Ei­senstein combinar magistralmente las escenas estáticas y las de movimiento, creando una contraposición llena de significados estéticos e idelógicos, como la estática reunión de los burgue­ses dueños de la fábrica y la vital pasión con la que se mueven los trabajadores en sus reuniones [Sklar. FILM: An international history of the medium. 1990: 154].

La interrelación del cine soviético de vanguardia con otros movimientos y artes.

LA INTERRELACION DEL CINE SOVIÉTICO DE VANGUARDIA CON OTROS MOVIMIENTOS Y ARTES.
            Es imposible un recorrido exhaustivo por todas las influencias artísticas en la obra de la vanguardia soviética, pero sí que hago hincapié en una serie de movimientos artísticos de origen ex­tranjero que fueron contemporáneos del cine soviético y que fueron los que más directamente influyeron en su estética aun­que nos abstendremos de desarrollarlos por extenso pues ello se escaparía del objetivo de esta monografía y asimismo vamos a trazar una panorámica bastante gene­ral de las principales ma­nifesta­ciones artísticas en la Rusia prerevolucionaria y pos­trevolucionaria, para situar al cine de vanguardia en su contexto cultural. En el caso de estas manifestaciones en la URSS sí que me extende­ré con cierta profundidad.
            LAS ARTES PLÁSTICAS RUSAS Y SOVIÉTICAS
            Las artes plásticas (la arquitectura entre ellas)vivían antes de la I Guerra Mundial una Era de Oro. Los burgueses com­praban obras de arte de los artistas más reputados o aun desco­nocidos de la vanguardia europea y rusa y así nacieron las gran­des colecciones de pintura moderna de los museos soviéticos, mientras los mejores artistas rusos buscaban for­mación en Pa­rís, como Kandisnki y Chagall entre tantos otros. A par­tir de finales del siglo XIX la pintura evo­lucionó pa­ra­le­la­men­te a la de París, y así con Repin apare­ció la temá­tica so­cial y con Lario­nov el cubismo.
            El ambiente de los primeros años de la Revolución fue muy complejo. La emigración de muchos artistas que nunca volvieron y la desaparición de la clientela burguesa supusieron un durís­imo mazazo para la creación artística. Se formaron diversos gru­pos de artistas: el NOZ o Nueva Vi­sión de Pintores, el Bytie, el AHRR o Asociación de Artistas de la Rusia Revolucionaria, el OMH o Grupo de Artistas Revolucio­na­rios Moscovitas, etc.
            De todos ellos había de desta­car el AHRR, hasta devenir en 1931 en el representante na­cional como RAPH, una especie de fede­ración de todas las artes y muy pró­ximo al neoclasicismo, por una par­te, y al neorrealismo, por otra. Sin embargo la pri­mera carac­terística del arte de la Revolución era una reacción con­tra el arte burgués, para ser según Lenin «un arte verdade­ra­mente li­bre ligado al proletaria­do».
            Los primeros artistas antiacadémi­cos y revolucionarios (Male­vich, Rodchenko, Rozano­va, Tatlin, Pevsner, etc.) dejaron paso a grafistas, autores de manifiestos y caricaturas (Maia­kovski, Lededev, Moor, etc.), y en 1932 aquellos fue­ron acusa­dos de «de­sorientación artística» por el partido comu­nista, a la vez que este declaraba la nece­sidad de un arte so­cialista realista.
            La necesidad de recons­truir regio­nes ente­ras, de crear comple­jos industriales y de resolver el problema de la vivien­da, con­vir­tió a la arquitectu­ra y el urba­nismo so­viéticos en las pri­meras artes. Se creó la Sociedad de Arqui­tectos Moder­nos, OSA, de acuerdo a los princi­pios constructi­vistas, pero poco a poco se valorizó la arquitectura neoclásica de los ar­quitectos prerre­volucionarios y a partir de 1954, con la rela­tiva liberaliza­ción del régimen soviético se orientó a la cons­trucción masiva, con tendencia al funcionalismo y un gran em­pleo de elementos prefabricados.
            Obvio aquí la descripción de la situación de otras ar­tes, como la tipografía (impresionante la exposición de agosto de 1994 en la Biblioteca del British Museum), danza y ballet (la URSS siempre ha sido la meca de este arte) y otras manifestaciones artísticas, que influyeron mucho menos que las que hemos estudiado con cierta amplitud.
            EL CONSTRUCTIVISMO RUSO.
            El constructivismo ruso nació en un ambiente artístico muy rico y variado. Fue un movimiento plástico, iniciado por V. E. Tatlin en 1913 y que partía de una nueva interpretación de las posibilidades creativas que ofrecía el cubismo y que ya había ex­perimentado Larionov, primero cubista y luego rayonis­ta.
            El constructivismo de Tatlin propugnó el exclusivo empleo en las composiciones del nuevo arte de las materias industria­les del tiempo actual, tales como cristal, alambre, acero, etc., y la determinación del espacio a base de planos en pro­fundidad (cuadros-relieve) como volúmenes insertos en él (“Con­tra-relieve”, 1914-1915). Sostuvo, además, la integración del factor «movimiento» en las composiciones de este nuevo arte, y plasmó estas ideas en su proyecto de monumento a la III Inter­nacional (1919).
            Desde el año 1915 los escultores rusos Gabo y A. Pevsner (eran hermanos), habían iniciado un proceso de espe­culación plástico-práctica semejante que coincidiría con el de Tatlin, en 1917, en Moscú.
            Gabo y Pevsner lanzaron en Moscú, en 1920, el Manifiesto rea­lista, a cuyo contenido se adhirieron Kandisnki, Malevich, El Lissitzki y Tatlin. El manifiesto de­claraba que, para corres­ponder a la vida real, el arte se ha de basar fundamen­talmente en el espacio y el tiempo; que el volu­men no es la única expre­sión posible del espacio y que hay que recurrir a los elementos cinéticos y dinámicos para plasmar la realidad del tiempo (pues los ritmos estáticos son insuficien­tes para ello), Además, siendo plásticamente distintos el volumen de la masa y el del espacio, y siendo ambos materiales, concretos y mensurables, el espacio debe representarse como una materia maleable que, como tal, forma parte de la obra. También se de­clara la necesidad de que el arte prescinda de la imitación de las formas naturales para descubrir y crear formas nuevas. En resumen, en el constructivismo se busca la formación de un arte original, creador de formas inéditas, y pretende construir aquellas formas partiendo de los mismos fundamentos básicos de las formas vivas, pero sirviéndose de los productos, reelabora­dos, propios del ámbito cultural en que un arte determinado aparece. Para ello, ajustándose a las condiciones del mundo actual, y siguiendo el mismo camino iniciado por Tatlin y am­pliándolo, se emplearon diversidad de materiales industriales, sin restringirse el empleo exclusivo de aquellos considerados tradicionalmente como nobles en la creación artística, y se señalaron varias materias plásticas: cinc, cobre, aluminio, fibras artificiales, como idóneas para crear espacios que, mu­chas veces, habían sido previstos como transformables, con la finalidad, en lo posible, de conseguir la supresión de la su­perficie plana. En el constructivismo la luz es considerada como otro elemento plenamente creador, por las transparencias, sombras y reflejos que provoca al incidir en las superficies construidas.
            Se hicieron esculturas espaciotemporales y luego grandes construcciones arquitectónico-esculturales, como “Construcción en metal y cristal” (1924). El influjo sobre las artes soviéti­cas fue inmenso durante unos pocos e intensos años. El grupo de Gabo, Pevsner y El Lis­sitzki marchó en 1922 a Berlín, donde se relacionó con el grupo holandés De Stijl, de Theo van Doesburg, fusionándose y ensan­chando su influencia por las vanguardias europeas, ya fuera de la URSS. Luego pasó este influjo a EE UU, a donde se traslada­ron Gabo y Pevsner.
            LITERATURA RUSA Y SOVIÉTICA.
            En el campo de la literatura la Revolución se encontró con un panorama impresionante. La literatura rusa, al igual que la música, es­taba en primerísima línea mundial en cuanto a cantidad y cali­dad. Cercanos estaban todavía los grandes maestros del siglo XIX: Pushkin, Gogol, Turguénev, Dostoievski, Tolstói, Chéjov (cuya influencia sería eminente sobre los cineastas soviéticos), Gor­ki (que prolongó su obra hasta el periodo soviético), Bunin...
            Al estallar la Revolución la poesía vanguardista estaba dividida en tres movimientos: acmeístas, futuristas (a su vez divididos en egofuturistas y cubofuturistas) e imagistas, los tres con similares temas realistas, cotidianos o históricos. Los futuristas fueron con mucho los más prolíficos e influyen­tes, con sus agresivos manifiestos. Vladimir Maiakovski, el mayor poeta futu­rista, se convirtió en el portavoz de la Revo­lución. D. Burliuk fue el gran organizador del movimiento, mientras que Vla­di­mir Klebnikov fue el gran teórico, aparte de poeta y lingüista destacado.
            Del simbolis­mo, patrocina­do por V. Solovev, permanecía el in­flujo de su mayor poeta, Alexander Blok, cuyo trascendalismo fue ob­jeto de posteriores críticas. En Boris Pasternak se liga­ron los influjos de los tres movi­mientos citados. Otros poetas importantes fueron Nikolai Gumilev, Ossip Mandelstam y Sergei Esenin. En la lírica de Ana Ajmatova se vertió la pasión concentrada de una Emily Dickinson.
            Los años que siguieron a la Revolución fueron años de ex­peri­mentación y polémica, en la que el intento de crear una nueva cultura pro­letaria en la línea del futurismo chocó con el apego a la bri­llante tradición del siglo XIX de un Esenin.
            El mo­vimiento poético constructivista surgió en los años 20 y mantu­vo rasgos comunes con el futurismo, sobre todo en su admi­ración por la nueva tec­nología y la elevación a un nivel poéti­co de una serie de moti­vos habitualmente considerados pro­sai­cos. Su teórico principal fue Korneli Zelinski.
            En tor­no a la guerra civil escribieron Isaak Ba­bel, Bo­ris Pil­nyak, Alexandr Fadéiev y Leonid Leónov, con una feroz pug­na entre quie­nes recla­maban la li­bertad creadora y los defenso­res de una litera­tura subor­dinada a los intereses del partido comu­nista.
            La Aso­cia­ción Rusa de Escritores Proleta­rios, en la época del Primer Plan Quinquenal (1928-1934), preco­nizó una temática cen­trada en la colectiviza­ción agraria y en la construcción (para­lela a la misma temática en el cine y las otras artes), en lo que destacaron Mijail Sho­lojov, Valentin Kataev y Feodor Gladkov.
            En 1934 se organizó la Unión de Escritores Soviéti­cos y se esta­bleció la doctrina del “realismo socialista”, en la que bebie­ron Sho­lojov y Fadéiev y que produjo una novela sobre La forma­ción de un héroe, Cómo fue templado el acero (1932-1934) de Nikolái Ostrovski, que fue el modelo para los escritores del periodo siguiente en no­vela, poesía y teatro, como Ilya Ehrenburg, Aleksandr Tvardovski, Aleksandr Afi­nogenov y Nikolái Pogodin. Mientras, la crítica literaria, que había estado ligada al formalismo de Jakobson y Sklovski, quedó amor­dazada y se limitó a aplicar las normas establecidas.
            Durante la II Guerra Mundial la situación cambió rela­tiva­men­te: se hicie­ron magníficos reportajes, como los posteriormente célebres de Vassili Grossman, y obras breves de temas rea­lis­tas vertidos con un patriotismo exacerbado, como La joven guardia, de Fadéiev.
            TEATRO RUSO Y SOVIÉTICO.
            El teatro ruso y soviético influyó decisivamente en la obra cinematográfica del periodo, con un trasvase de realizado­res-directores, técnicos, guionistas, actores..., así como en los métodos de actuación, la escenografía, el montaje...
            Vsevolod Emilevic Meyerhold (Penza, 1874-lugar de prisión desconocido, 1940) es el principal direc­tor teatral ruso. Inició su carrera con Stalis­navski, en el Teatro del Arte de Moscú, en la línea del natura­lismo psico­ló­gico. Gran experimentador formal, a partir de la Revolución de 1917 fue director teatral del Proletkul’t en su periodo de ma­yor libertad artística (1922-1927). El constructi­vismo fue adop­tado entusiásticamente por Meyerhold para superar el mi­nucioso realismo tradicional del Teatro del Arte de Moscú. Buscaba un «sim­bolismo materialista» que interpretará escénica­mente la esencia de la nueva sociedad, con el empleo de entida­des corpó­reas y móviles de me­tal o madera. Desarrolló una teo­ría «biomecánica» de la actua­ción, en la que prescindió del con­ven­ciona­lismo escénico para presentar un es­ce­nario des­nudo, en el que, en lugar de deco­ra­dos, se disponían aquellos objetos mate­riales (sobre todo indus­triales en sus montajes de tema prole­tario). Susti­tuyó el «jue­go» inter­preta­tivo de Stanis­lavs­ki por la ac­ti­tud contenida y controlada de los cuer­pos, con una dis­posi­ción inten­cional de los movi­mientos, que influyó decisiva­mente en la teoría y obra de Ei­senstein.
            Hizo numerosos montajes teatrales con obras de Maeter­linck, Alexander Blok, Wagner, Molière, Lermontov, Crommelynk, Nikolái Os­trovski, Maiakovski, etc. Meyerhold fue constructivista hasta 1930, con sus mon­tajes Le cocu magnifique de Crommelynck (1922), El bosque de Ostrovski (1924), Baño de Maiakovski (1930). Su creciente ex­peri­men­ta­lismo le con­virtió en maestro de los cineastas de van­guar­dia como Ei­senstein pero también en sospe­choso para el es­talinis­mo. Su teatro fue ce­rrado en 1938 y él encarcelado y ejecutado sin juicio en un campo ignoto del GU­LAG. Publicó So­bre el teatro (1913) y en 1968, después de su rehabilitación, aparecieron en Moscú dos volúme­nes con una re­copilación de textos suyos.
            El movimiento teatral constructivista se formó, pues, bajo la influencia del constructivismo plástico. Suponía un cambio en la escenografía y en la dirección, ya que transformaba todo el espacio escénico.
            También adaptaron el cons­tructivismo los grandes directo­res Nemirovic-Dancenko, Vhatngov y Tairov. Entre los escenógra­fos constructivistas destacaron Popova, Stepanova, Sternberg, Ves­nin, Rodchenko, Jakulov, Rabi­novic y Tysler, mu­chos de ellos también escenógrafos en el ci­ne de vanguardia soviético.
            MÚSICA RUSA Y SOVIÉTICA.
            La música soviética tenía el antece­dente de la que era posiblemente la escuela musical más rica del mundo en la segun­da mitad del siglo XIX y principios del siglo XX: Glinka, Anton Ru­bins­tein, Tchai­kovski, Glazunov, Rimski-Kor­sakov, Balakirev, Cui, Boro­din, Mussorgski, Rachmaninoff, Scriabin, etc., hasta el genio de Stravinski.
            Rusia era hacia 1914 el país con mayor elenco de primeras fi­guras, por encima de la misma Alemania o de Austria-Hungría, pero la Revolución terminó con ello al empujar al exi­lio a mu­chos compositores, directores e intérpretes. Un yer­mo susti­tuyó a lo que había sido un vergel.
            La música soviética de los años 20 y 30, se reconstituyó en medio de dificultades presupuestarias, pero con tan extraor­dinarias bases como tenía no de­bía tardar en recuperarse paula­tinamente. Tuvo dos figuras mu­cho más destacadas que las demás, Prokofiev y Shostakovich.
            Ser­gei Prokofiev (1891-1953) desarrolló un experimentalismo en su juven­tud mientras se formaba en el ex­tranjero entre de las vanguardias europeas y evolucionó a la sim­pli­cidad y austeridad en su madurez, una vez vuelto a la URSS. Su aportación es ampliamente estudiada más abajo y en los apartados correspondientes a las películas de Eisenstein que musicó.
            Dimitri Shostakovich (1906-1975) fue célebre a partir de 1936 por el estilo monumenta­lista de sus sinfonías. Las nº 11 y 12 fueron adaptadas como música para los filmes La huelga y El acorazado Potemkin respectivamente. [Para cono­cer las tesis de Shos­ta­kovich en la época sobre la música en el cine ver Shostako­vich, La música de la Nueva babi­lonia, 1929, en el vo­lumen de AA.VV. El cine sovié­ti­co de todos los tiem­pos:195-196]. En resumen, persigue la obra de arte total, la fu­sión de las artes en una unidad absoluta, con la música elevada el má­ximo rango artísti­co.
            Cuando Eisenstein se decidió a hacer en 1933 el arreglo musical del film Potemkin, lo en­cargó al com­positor Edmund Meisel (Prokofiev todavía no había vuelto a la URSS) y colaboró eatrechamente con él, de acuerdo a su tesis de te­sis de que la músi­ca debe ser otro elemento orgáni­co del film y que su elabo­ra­ción debe ser fruto de la estrecha colaboración composi­tor-di­rector, para conseguir una imagen auditiva-visual.
            Es esencial la música para comprender la última etapa de Eisenstein. La mayoría de los críticos y de los historiadores del cine han comentado suficientemente que la partitura de Pro­kofiev para Alexander Nevski fue una absoluta innovación, el principio de una estre­cha relación cine-música en los films no musicales, así como que es posiblemente la mejor partitura para cine de la Histo­ria, con una precisa unión de los ritmos visual y musical. La partitura que hizo para Iván el Terrible, más dispersa, menos unitaria posiblemente, es aun así otra obra maestra.
            LA NUEVA OBJETIVIDAD.
            El movimiento expresionista alemán de la Nueva Objetivi­dad o “Neue Sachlichkeit” influyó sobre Ei­sens­tein así como lo más granado de la intelectualidad soviética. Rodchenko, Tatlin, Stepanova, Popova y otros artistas del constructivismo ruso conocieron el expresionismo alemán y en muchos casos tuvieron una breve fase de experimentación de sus métodos.
            Vemos el contacto es­tético entre las fotogra­fías de Ren­ger Patzsch sobre los edifi­cios y la maquinaria in­dustrial, como “Altos Hornos”, que pare­ce tal cual el escenario de La huelga o del final de La línea general, el cuidado por los de­talles ma­teria­les de los produc­tos artificiales en los primeros planos de objetos en todos los filmes de Eisenstein.
             Es evidente la inme­diata co­ne­xión que se establece por una parte entre los dibujos expre­sio­nis­tas de Grosz sobre los prole­tarios y los burgueses, fe­roz­mente caricatu­riza­dos en sus líneas y en su com­posición, en tipos muy re­presentativos, llenos de mordaz crí­tica social y por otra parte los tipos bur­gueses y pro­leta­rios de los prime­ros filmes de Eisenstein. Igualmente en­contra­mos este pa­rale­lismo en la obra de Max Beck­mann, tanto el dibu­jo como la pin­tura, o en la de Otto Dix.
            EL FUTURISMO ITALIANO.
            El futurismo italiano, como movimiento no específicamente ruso, también nos abstendremos de exponerlo con largueza pues se esca­paría al objetivo de este trabajo. Señalamos empero que su pasión por el movimiento, el maquinismo y la industria mo­derna influyó decisiva­men­te sobre el constructivismo y la lite­ra­tura rusos, en especial el movimiento del futu­rismo ruso, sin duda el el más importante en Europa tras el italiano, cir­cuns­crito a la poesía y que marcó el pensa­miento esté­tico de Vertov y Eisenstein entre otros.
            El adalid de este influjo fue el poeta Maiakovski, asi­mis­mo actor, guionista y director de cine (La señorita y el gambe­rro, 1918), que difun­dió las tesis de Marinetti. Para completar estas líneas véase el apartado referido a Vertov como cineasta.
            EL ARTE JAPONÉS.
            El arte japonés destaca, como el arte chino, por su senti­do de la interioridad con un intenso sentido decorativo, la simplicidad con una gran austeridad formal y de materiales, y una repre­sentación intuitiva de la realidad (con un fuerte sim­bolismo), que será una influencia formidable en Eisenstein.
            Otras característi­cas son el profundo sen­timiento de la natu­ra­leza (en la que el hombre está plenamente integrado), su ten­dencia al arte abs­tracto y el uso de­corativo de la es­cri­tura ja­ponesa, con sus bellí­simas formas curvadas (como la es­critura caligráfica islá­mica).
            Un principio muy importante es el shibui, que consiste en la belleza oculta en los objetos más sencillo, como las flo­res o incluso una piedra (lo que está muy relacionado con la Nueva Objetividad y tantos planos de Eisens­tein).
            Se usan mu­chas pers­pectivas distintas y, sobre todo, la perspec­tiva a vista de pá­jaro (más que en China), que podría relacionarse con la vista aérea del acoraza­do Potemkin saliendo del puerto.
            EL TEATRO JAPONÉS.
            El teatro japonés tiene una vinculación directa con la escritura en ideogramas: dos conceptos distintos dan por aso­ciación un concepto nuevo. Los dos estilos fundamentales son el teatro No y el teatro Kabuki. El teatro No es más elitista (pa­ra los samuráis), culto y trá­gico, muy lento, casi sin acción. Influyó muy poco en Ei­senstein pues estaba muy alejado de sus objetivos. El teatro Kabuki es más popular (para los bur­gueses, obreros y campesinos), senci­llo y dramático, muy rá­pi­do, pleno de ac­ción. Influyó muchísimo sobre Eisenstein, que apreciaba tanto su forma como su temática (la lucha entre el bien y el mal, entre el amor y el deber...).
            Los textos usan a menudo el género poético de los haiku, con sus metáforas de gran riqueza visual. El actor, verdadero centro de la representación, para quien se escriben los textos a medida de sus facultades, recita estos textos con una fuerte carga emocional y poéti­ca. El teatro japonés es lento, con una tan morosa gesticula­ción que puede llegar a ser exasperante para el público occi­den­tal. Se integra un escenario generalmen­te desnudo (aunque hay muchas excepciones) con la músi­ca, la danza, la palabra, el gesto. Es un teatro total, que el mismo Eisenstein considera un antecedente del cine como obra total.
         En los descansos de los actos se intercala un tipo de in­terlu­dio cómico, llamado kyogen (palabras locas), que ha evo­lucio­nado hasta convertirse en un estilo propio y que pudo ha­ber influido en Eisenstein, con la idea de los des­cansos bucó­licos y cómicos en medio de las películas más trági­cas (La huelgaEl acorazado Potemkin, etc.). En todo caso, no debe­mos ver en estas influencias un ca­rácter determinante, sino de ins­piración o de refuerzo de unas soluciones estéticas que ya es­taban dadas o hubieran bus­cado otras fuentes. Lo que ocurre es que para Eisenstein el influjo de la cultura japonesa fue pro­fundo, inmediato y per­durable.