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sábado, 18 de enero de 2014

Retrato de Jennie (1948), de William Dieterle.


Retrato de Jennie (1948). Portrait of Jennie. EE UU. Género: drama y fantasía romántica. Duración: 82 minutos. Dirección: William Dieterle. Intérpretes: Joseph Cotten, Jennifer Jones, Ethel Barrymore, Cecil Kellaway, Lillian Gish, David Wayne, Albert Sharpe, Henry Hull, Florence Bates, Felix Bressart, Clem Bevans, Maude Simmons. Guión: Paul Osborn y Peter Berneis, sobre la novela de Robert Natham, adaptada por Leonardo Bercovici. Música: Dimitri Tiomkin, con fragmentos de Claude Debussy y Bernard Herrmann. Fotografía: Joseph H. August. Efectos especiales:: Clarence Slifer (ganó el Oscar). Producción: David O. Selznick.

Trama.
En la posguerra, hacia 1947, Eben Adams, un pintor fracasado que no halla la inspiración apropiada para su gran talento, encuentra una noche invernal en Central Park a una niña, Jennie Stapleton, que viste según la moda de 1910 y queda conmovido por su pureza, que le infunde una sorprendente creatividad, que irá reflejando en un retrato que se perfecciona lentamente.
En las siguientes semanas o con pocos meses de separación, Adams encuentra nuevamente a Jennie, que en cada ocasión parece haber crecido años, y ambos se van enamorando con una gran ternura. Adams, en los interludios, comienza a investigar sobre su amada y descubre que procede del pasado y que pereció en 1920 en una terrible tormenta. ¿Ella es un fantasma o es un producto de la mente del pintor? ¿Podrá volver él a ella a tiempo de salvarla para vivir juntos su gran amor?

Opinión.
Retrato de Jennie, filmada en 1947 y estrenada en 1948, es una de las películas más arrebatadoramente románticas filmadas después de la II Guerra Mundial, cuando el público ansiaba cada semana nuevas comedias de escapismo amoroso o daba su complacencia a los melodramas Carta de una desconocida o Duelo al sol, pero la enrevesada profundidad de esta historia con un punto muy evidente de amargura desanimó el éxito comercial esperado en un primer momento, aunque con los años ganó fama y se consolidó como un clásico del género de amor fantástico.

Dieterle en la época que filmó Retrato de Jennie

El gran William Dieterle (1893-1972), un prestigioso director judío-alemán que salió en 1930 de su país y halló éxito e imperecedera fama en Hollywood, desarrolló aquí una preciosa joya, con escenas influenciadas por el expresionismo alemán como la de la escalera de caracol del faro, antecedente de la de Hitchcock en Vértigo.
Cotten en Central Park a la luz de una farola.

Jones y Cotten al final de la escena fantasmagórica del taller del pintor, cuando ella recuerda la tempestad.


Dieterle y el excelente fotógrafo Joseph August —que falleció de un infarto antes del estreno de esta obra, la cumbre de su carrera, por la que le habían nominado al Oscar—, crearon excelsos claroscuros tenebristas y momentos mágicos de una atmósfera envolvente como la de Jennie durmiéndose en el taller de Adams, y cuidaron en especial el tratamiento de los paisajes urbanos nocturnos de Nueva York, tal vez influidos ambos por el fotógrafo Steichen. A menudo August trata las imágenes sugiriendo la trama de una tela para que parezcan pintadas, y las reviste con una iluminación prodigiosa —como el hallazgo de la luna transformada en foco entre los rascacielos— , en destacados lugares como un onírico Central Park —la nitidez con que en el mismo plano retrata a los actores y un sky line convertido en un bosque urbano, un entorno fantasmal que no tiene igual en su tiempo—, el puente de Brooklyn, las escaleras de la New York Public Library frente a la quinta avenida, el interior del Metropolitan Museum of Art…, resultando una postal siempre grata al viajero amante de Manhattan.

Nace el amor.

Jones perdièndose en la bruma de Central Park.

Kellaway y Cotten en el taller del pintor, ante el retrato todavía inacabado.

Mención especial merece el argumento, que juega hábil y simultáneamente con el misterio de la inspiración creativa en busca de la obra de arte maestra por ser esta intemporal, el amor que también supera al tiempo (antes que lo narrara Kenzo Mizoguchi) y la perennidad de la belleza en sí misma. Podría decirse que esta es una de las películas más existencialistas de su época, sin tener aparentemente todavía noción alguna de la entonces emergente filosofía de Sartre y Heidegger.
Su mensaje es particularmente lúcido: el arte y el amor se nutren del misterio y la esperanza en el espíritu, pero se vacían de su sentido más ardiente al alcanzar la seguridad de lo real.
Las mujeres se presentan como el contrapunto espiritual a la razón y son las únicas capaces de entender al protagonista, un Cotten magnífico en sus dudas y su evolución psicológica, por lo que ganó el premio de actuación del Festival de Venecia en 1949.
Dieterle y Selznick escogieron un elenco femenino espléndido. Jennifer Jones, que amparada por el productor Seleznick (se convirtió en su esposa en 1949) había impresionado en 1943 con su famoso papel de santa en La canción de Bernadette y en 1946 con el de Perla Chávez en Duelo al sol, y en 1947, a sus 28 años estaba en la cumbre de su enigmática y pasional belleza. A a su alrededor destacan la actriz más relevante del teatro americano durante decenios, Ethel Barrymore como Miss Spinney, la galerista que protege al pintor porque cree en el amor y el arte puros, y en contraste su aparente reverso y partenaire espiritual, la genial Lillian Gish en un papel corto pero relevante como la monja que rememora los ojos tristes de su pupila y confía en una explicación religiosa para la experiencia mística del pintor.

Cotten ve en su taller por primera vez a Jones convertida en una joven mujer.

Después de haberla vista tal vez en una docena de ocasiones, a lo largo de muchos años, la recomiendo encarecidamente. Es una obra maestra que jamás envejecerá porque siempre alumbra nuevas y sorprendentes lecturas.

Fuentes.

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